¡Bingo!

El sábado, en la reunión de jóvenes de mi iglesia, no se les ocurrió mejor idea que ponernos a todos a jugar bingo. El bingo es de lo más desesperante. Solo una vez, en el cole, gané una olla arrocera. Mi vieja todavía la usa, pese a que ya tiene cien años (la olla).

Pero no, no me gusta jugar. Me distraigo muy fácilmente. Si eres como yo, cuando no hay una pantalla donde estén apuntados los números, piensas:

"No, no me debo distraer... Si dicen un número que yo tengo, y por distraído no lo marco, perderé toda posibilidad de ganar... ¿el 37 no ha salido?... Pucha, y ahora, ¿como sé?..."

Y así pasan 20 número más, y yo distraídazo pensando en otra cosa.

Por eso nunca gano.

Estaba recordando algunas frases acerca del bingo, que no tienen ningún sentido, pero ya se han hecho costumbre para muchos:

"¡Uy! ¡Por un número! Yo tenía 25 y dijo 26."

No, no señores. En el bingo, el 26 no es un número más que el 25. Son miles de bolitas independientes, el 25 es tan distinto del 26 como el 1, y eres bien monse si piensas que "casi" ganas. No, no no.

"¡El 22! ¡Que salga el 22, por favor!"

¿Por qué dices eso? No. El señor que está sacando las bolitas no puede elegirlas. ¿Qué estás pensando? ¿Que va a hacer trampa solo porque le caes bien? Plop.

"Ya salió el 5, el 6 y el 7. Ahora sale el 8."

Sí, si. Ahorita sale el 8.

"¡Voy a ganar! Solo me faltan dos."

¿Tienes idea de a cuánta gente le faltan solo dos? Es más, ¿tienes idea de a cuánta gente le falta solo uno?

 

Como se habrán dado cuenta. No me gusta el bingo.